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> Borja Blazquez

Con acento marinero

Por Diana Castelar

Estamos en San Telmo, a pocos metros de la Plaza de Mayo, el corazón histórico de la ciudad. Pero nadie lo diría en la recoleta paz de este edificio de los años 30, con piso de granito, paredes revestidas de madera y la música suave de un rasgueo de guitarras españolas.

Son los dominios de Borja, un chef vasco que se sintió atraído por la gastronomía desde muy chico, contemplando el ajetrear de su madre en la cocina. "Al principio no racionalicé esa tendencia, pero desde muy joven ya sabía que lo que me interesaba fundamentalmente era cocinar"

Empezó por hacer algunos stages con grandes maestros de la cocina, como Arzak y Adriá en El Bulli, hasta que hace unos 17 años atrás aterrizó en la Argentina y enseguida supo que ese era el lugar que había buscado siempre. “Las cosas se fueron dando en mi vida de manera casi mágica. Quise tener mi propio restaurante y lo logré. Viajo continuamente por Latinoamérica por temas gastronómicos. En Casa Borja también doy clases de cocina.” Además le interesa la náutica y corre regatas con su propio velero.

-Usted es joven y buen mozo. ¿Todavía no se ha enamorado de una argentina'?

-Aquí hay mujeres muy lindas, pero por ahora todo mi amor está puesto en la profesión, me encanta inventar platos nuevos y recrear clásicos como las torrijas, una especialidad que ya hace poca gente.

-Sabemos que aquí la pesca del día es particularmente  buscada, los parroquianos cuentan que los pescados parecen ser levantados del corazón mismo del mar.

En el rostro de Borja se dibuja una amplia sonrisa.

-En cierto modo es así, me avisan cuando llega, la recibo directamente del distribuidor.

-Otros platos imperdibles son las papas bravas, que por lo que sabemos pasan por varios rebozos.

-Esta es la receta original, las papas quedan bien crocantes y la salsa se sirve aparte en el plato.

-La última pregunta Borja, ¿qué hace cuando le da un ataque de nostalgia?

-Muy sencillo, me tomo un avión y me vuelvo a mi tierra. Pero a los pocos días me dan ganas de volver. ¡Qué suerte que se inventaron los aviones!


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