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> Celestino Rodriguez

Ante todo, un servidor

Sommelier por vocación y profesión, Eduardo Celestino Rodríguez encabeza esas lides desde hace más de 20 años en Cabaña las Lilas.  Su bandera es el servicio al comensal y no solamente atiende el maridaje del vino con la comida. Asesora pensando en la personalidad, los gustos, las costumbres y el origen del cliente.

Nativo de Quilmes, vive en la misma casa donde nació, corregida y aumentada. Ama su barrio y las plantas, “me siento un hermano de los árboles”. Activo, emprendedor y familiero, a veces arrebatado, tiene tres hijas mujeres y una esposa que es gran defensora del hogar. Se define como gastronómico de toda la vida. Su papá era mozo y desde jovencito compartía sus vivencias en fiestas y salones del otro lado del mostrador, mientras la madre cuidaba de los hermanitos. Eran cuatro, Celestino fue el primogénito. Sus primeros palotes los aprendió de su abuela materna, que era una excelente cocinera profesional. Con cariño recuerda como jugaban: ella lo mandaba a comprar el vino y él pedía como compensación una coca.

A los 20 años estudió pasteleria, era el único varón en una clase de mujeres. Le apasionaba decorar tortas con el sistema Wilton. Después salió al ruedo trabajando como bachero, mozo y encargado de bar en el Centro Naval. Más tarde fue concesionario del Club del Golf de Villa Adelina y luego debutó con la mitad un negocio en Pilar. Lo habían puesto con todo, pero un día lo asaltaron y allí llegó la mala racha. Hizo lo imposible para sacarlo adelante hasta que un día decidió abandonar el barco. Era marzo de 1996.

Por esas cosas del destino fue a buscar trabajo a los restaurantes de Puerto Madero y las coincidencias se sucedieron de tal manera que allí empezó otra etapa fundamental en su vida.  Sus amplios conocimientos del metier gastronómico le permitieron entrar primero en la panadería, luego en la pasteleria y también en la barra de Cabaña Las Lilas. El aprendía todo lo que circulaba acerca de aromas y sabores, entre los que figuraron las pastas, panes y postres que eran la especialidad de una cocinera húngara. También quiso el azar o la fortuna, que cuando Marina Beltrame inauguró su Escuela de Sommeliers, Celestino fuera uno de los primeros inscriptos. Había dejado un sobre perfumado con la invitación al evento en Las Lilas y fue la persona elegida para asistir.

Dos años de aprendizaje, la primera camada de entusiastas amantes del vino y la enología viajando a Mendoza,  y un arte, un oficio, que encontró sus cauces en los salones de Cabaña Las Lilas.

 Algunos preceptos de Celestino:

“Tuve el honor de hacer la primera carta de vinos con el periodista y crítico brasileño, Saul Galvao, un libro gordo memorable”.

“La raíz de las sommelerie es el servicio. En la antigüedad era el señor que cuidaba los bienes de los pasajeros que llegaban a la hostería. Somme significa carga en francés.”

“Me alegra mucho el progreso y la evolución de la sommelerie en el país y que nuestros profesionales compitan y se destaquen en el  mundo”.

“Lo mío no es simplemente maridar comidas. Es importante la posventa. Yo te ofrezco un vino pero luego vengo a  buscar la opinión”.

“No hay que meterse en la cabeza ninguna marca, hay que estar abierto”.

“Acá estoy muchas horas pero disfruto de lo que hago. Estoy para brindar placer a su majestad, el comensal. El visitante tiene las propiedades del sol: te da energía, te da calor. Ante todo soy un servidor, el cliente lo tiene que pasar muy bien”.

 


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